Desde los tiempos en los que el pregonero del pueblo era el portador de aquellas noticias allende tres lanzamiento de piedra a los aires de comunicación que corren actualmente, donde parece que toma importancia no lo que sucede sino lo que se dice (si algo sucede pero no es noticia no sucede, si algo es noticia pero no sucede entonces sí sucede) ha llovido unos capazos. Los medios de comunicación han globalizado nuestro pensamiento provinciano, nos han acercado a tierras salvajes, nos han enseñando el fondo de los oceanos, el milagro de la vida, la montaña más bella del mundo. Nos han mostrado otras culturas, otras tradiciones, miserias y grandezas de tierras lejanas y pueblos cercanos. Informativamente hablando se emperran, día a día, en decirnos, cual "efecto mariposa", como grandes decisiones políticas y/o operaciones comerciales nos salpican (como el suave aleteo de un lepidoptero) en nuestra rutina diaria, por muy lejos que esté esa guerra de turno o muy en inglés que hable el que tiene la varita mágica-político-económica.
Negar el siguiente punto podría considerarse prevaricación por mi parte (sería como negar la existencia del sol o de la grandeza del amor para con un hijo, un auténtico disparate). Los medios de comunicación, con más o menos gracia, con más o menos causalidad, con más o menos casualidad, escoran sus noticias hacia un u otro color político. Cierto es que existe una simbiosis periodísta-político donde uno necesita al otro para llenar minutos o páginas y el otro necesita al uno como megáfono de difusión de sus ideas y sus desideas. Unos y otros nos podriamos cantar aquello de Conchita Piquer: "Eres mi vida y mi muerte, te lo juro, compañero, no debía de quererte, no debía de quererte… y sin embargo te quiero."
Pero el pasado 20 de agosto casi todos los medios de comunicación nacionales corrompieron sus valores de información, comunicación y divulgación "por un puñado de shares". Un avión (me niego a aprenderme de memoria el modelo, por mucho que se empeñen todos) alzó el vuelo y segundos después se estrelló segando la vida de mucha gente y segando las ganas de vivir de muchos centenares más. Esa tarde ha sido, desde el punto de vista de las televisiones de ambito nacional (excluyendo TV3, que mantuvo una dignidad periodística), de las más vomitivas que recuerdo en mi vida telespectadoriana. Su única obsesión era recoger en micrófonos y cámaras las lágrimas de unos padres, hermanos o amigos que llegaban al aeropuerto con un puñal de nervios en su estomago, un soplo de milagro en sus corazones y ansiosos de recibir una noticia que no querían recibir. Arañaban sus corazones con preguntas inhumanas ("¿quién tenía en el avión?", "¿lo quería mucho?", "¿sabe si es uno de los fallecidos?") para llenar su cupo de lágrimas por minuto. Sentí vergüenza ajena de esos periodistas, sentí asco por su comportamiento y pido perdón (a quien lo quiera aceptar) por pertenecer a la misma especie que esos individuos incapaces de respetar un momento tan límite y no saber anteponer el respeto a unos sentimientos tan intimos como es el dolor por la pérdida de una madre, un hijo, un compañero, un padre a unos intereses que, de todas todas, me niego a denominarlos informativos, comunicativos ni divulgativos. Ser periodista no da licencia para todo, sobre todo si ese periodista se sigue considerando humano.
Un abrazo para todos aquellos periodistas que sintieron lo mismo que yo aquella tarde del 20 de agosto. Como todo en esta vida "una flor no fa estiu ni un jardí la primavera". A pesar de esos pocos yo quiero seguir creyendo en la primavera.
Un abrazo. Llama cuando llegues. Manolo
Negar el siguiente punto podría considerarse prevaricación por mi parte (sería como negar la existencia del sol o de la grandeza del amor para con un hijo, un auténtico disparate). Los medios de comunicación, con más o menos gracia, con más o menos causalidad, con más o menos casualidad, escoran sus noticias hacia un u otro color político. Cierto es que existe una simbiosis periodísta-político donde uno necesita al otro para llenar minutos o páginas y el otro necesita al uno como megáfono de difusión de sus ideas y sus desideas. Unos y otros nos podriamos cantar aquello de Conchita Piquer: "Eres mi vida y mi muerte, te lo juro, compañero, no debía de quererte, no debía de quererte… y sin embargo te quiero."
Pero el pasado 20 de agosto casi todos los medios de comunicación nacionales corrompieron sus valores de información, comunicación y divulgación "por un puñado de shares". Un avión (me niego a aprenderme de memoria el modelo, por mucho que se empeñen todos) alzó el vuelo y segundos después se estrelló segando la vida de mucha gente y segando las ganas de vivir de muchos centenares más. Esa tarde ha sido, desde el punto de vista de las televisiones de ambito nacional (excluyendo TV3, que mantuvo una dignidad periodística), de las más vomitivas que recuerdo en mi vida telespectadoriana. Su única obsesión era recoger en micrófonos y cámaras las lágrimas de unos padres, hermanos o amigos que llegaban al aeropuerto con un puñal de nervios en su estomago, un soplo de milagro en sus corazones y ansiosos de recibir una noticia que no querían recibir. Arañaban sus corazones con preguntas inhumanas ("¿quién tenía en el avión?", "¿lo quería mucho?", "¿sabe si es uno de los fallecidos?") para llenar su cupo de lágrimas por minuto. Sentí vergüenza ajena de esos periodistas, sentí asco por su comportamiento y pido perdón (a quien lo quiera aceptar) por pertenecer a la misma especie que esos individuos incapaces de respetar un momento tan límite y no saber anteponer el respeto a unos sentimientos tan intimos como es el dolor por la pérdida de una madre, un hijo, un compañero, un padre a unos intereses que, de todas todas, me niego a denominarlos informativos, comunicativos ni divulgativos. Ser periodista no da licencia para todo, sobre todo si ese periodista se sigue considerando humano.
Un abrazo para todos aquellos periodistas que sintieron lo mismo que yo aquella tarde del 20 de agosto. Como todo en esta vida "una flor no fa estiu ni un jardí la primavera". A pesar de esos pocos yo quiero seguir creyendo en la primavera.
Un abrazo. Llama cuando llegues. Manolo